Hace un tiempo por las calles de Querétaro, unas fotos, pagadas con la contribución de todos, con unos muchachos de aspecto distinguido (algunos no sé si son varones o mujeres, por lo que no sería capaz de indicar la proporción de unos y otros, aunque tal vez, antiguo de mí, eso ya no sea importante), con la leyenda <<yo sí tolero>>.
Y eso está muy bien, ya me lo enseñaron mis padres y mis maestros hace, desgraciadamente, ya mucho tiempo. Pero, por ese prurito antiguo de la dignidad, también me enseñaron que tolerar no es humillarse, y es que el verdadero problema no es la tolerancia, que queda muy clara, sino qué tolero y hasta dónde.
Porque si toleramos todo, estamos admitiendo que no creemos en nada, y que nos da igual la justicia o la injusticia, la iniquidad o la bondad, la perversión o la virtud. Sí, aceptarlo todo significa haber perdido la capacidad de amar y de discernir, pues el que ama una virtud, no puede desear ni admitir el vicio que la corrompe; el que ama a una persona no puede admitir aquello que la daña o destruye. No, porque amor es el sentimiento que mueve a desear que la realidad amada alcance lo que se juzga su bien, a procurar que ese deseo se cumpla y a gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido. Luego el que todo tolera no ama nada, o no discierne, o es un cobarde.
Tolerarlo todo es renunciar a ese acervo cultural y moral que nos destaca como hombres (entiéndanme en buena hora los progresistas al uso, quiero decir, como personas… y “personos”, claro), hijos de una cultura occidental y cristiana --¡huy!, cuidado con el ataque al estado laico, ¿tolerantes?--, es renunciar a una parte sustancial del alma, que es el anhelo de trascendencia.
Tolerarlo todo significa permitir que el tumulto de la vida cotidiana, y la manipulación de muchos intereses creados, nos dominen y manipulen yendo hacia donde nos quieren llevar, como a borregos modorros sin criterio ni carácter.
Confundida la tolerancia sana con la falta de dignidad, se permite el caldo de cultivo deseado por los que ni toleran ni tiene intención de tolerar, ni de luchar y trabajar por una sociedad mejor, pero utilizan la bandera de la tolerancia para medrar y corromper a sus anchas.
Hoy se quiere confundir tolerancia con democracia, o quieren que la confundamos, y se hace con esa magnífica palabra una soez manipulación interesada y política, colocándola como escudo para ocultar el manejo sin escrúpulos del poder y de los propios errores, así como justificación de la política cobarde de muchos.
No, la tolerancia no puede ser un vicio debilitante fomentado por una política de intereses, debe ser una virtud afirmada por la caridad y la fortaleza, y asumida individualmente como una convicción profunda.
Más que tolerar en su acepción de respetar, lo que estamos haciendo en estos tiempos que nos tocan vivir, es tolerar en el sentido de sufrir con paciencia; aceptar las cosas que no deben ser aceptadas. Soportamos la violencia, la delincuencia, el abuso, el engaño, los comportamientos incívicos y degradantes…, todo lo tenemos que soportar las personas de hoy para que no nos tilden de intolerantes, algo políticamente muy incorrecto.
Pues, sufridos lectores, yo no tolero la corrupción, no tolero la injusticia, no tolero la mentira, no tolero a los intolerantes… Sí, este liberal no tolera muchas cosas porque ama profundamente otras; las amo hasta el extremo.
Si no tolerar lo intolerable es ser intolerante, aquí y ahora me declaro intolerante.
Concluiré: Sé padre de las virtudes y padrastro de los vicios. No seas siempre riguroso ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos extremos; que en esto está el punto de la discreción.
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