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Defender la vida como un acto de libertad

Por Froylán Castillo Covarrubias


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La vida es el derecho fundamental que sostiene todos los demás. Sin vida, no hay libertad, no hay justicia, no hay verdad posible, sin embargo, hoy este principio elemental está bajo asedio. Una ideología disfrazada de progreso pretende convencernos de que la vida es relativa, que puede negociarse, votarse o descartarse según la conveniencia política del momento.



En nombre de la modernidad, se pretende imponer una cultura de muerte que arranca de raíz el valor más elemental de la persona humana. Se criminaliza la voz que defiende lo justo, se ridiculiza al que alza la bandera de la verdad, y se etiqueta como enemigo del “avance” a quien se atreve a recordar lo obvio, sin vida, no hay libertad.


Porque defender la vida es reconocer que existe un límite que ni el poder ni la mayoría pueden traspasar, la dignidad inviolable de la persona humana. Es afirmar que hay verdades objetivas, superiores a la ideología y al cálculo electoral. Es levantar la voz frente a un sistema que prefiere silenciar conciencias antes que admitir que el derecho a la vida no puede negociarse ni votarse.


La defensa de la vida no es un tema religioso, ni una causa marginal. Es el núcleo mismo de la libertad. Porque si el Estado o una mayoría ideologizada puede decidir quién merece vivir y quién no, entonces mañana podrá decidir también quién merece pensar, hablar o disentir. Hoy atacan la vida del no nacido; como ya empiezan a hacerlo con la libertad de conciencia, de fe, de expresión. Todo empieza aquí.

Por eso defender la vida es un acto de libertad y de resistencia. Es el límite que le decimos al poder, que defender la vida es defender la raíz misma de la libertad.


Nunca imaginamos que defender lo justo y lo verdadero nos convertiría en señalados, perseguidos y censurados, como bien escribió Marcelo Marchese, “Llegará el día que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde”. Hoy vivimos en un tiempo en el que el mundo al revés domina el debate, quienes relativizan la vida se autoproclaman como progresistas, y quienes la defendemos somos acusados de retrógradas. Pero la verdad no se somete a las encuestas ni a las etiquetas.


Pero la verdad no depende de etiquetas ni de consensos artificiales. Ser un político que defiende la vida significa tener el coraje de ir contra la corriente, de alzar la voz incluso cuando la mayoría prefiere callar, de asumir que la libertad y la verdad siempre tendrán un costo, pero que ese costo nunca será tan alto como el de renunciar a ellas.


La batalla cultural y espiritual por la vida es la batalla por la libertad y el test más claro de coherencia política. Hoy, defender la vida es desenmascarar la hipocresía de quienes hablan de derechos, pero niegan el más elemental de todos. Defender la vida es resistir al autoritarismo de la ideología que quiere controlar hasta lo más íntimo, el valor de nuestra existencia.


Pero que no quede duda, la vida siempre se abre paso. Así como la verdad no puede ser borrada por la mentira, la vida no puede ser derrotada por la cultura de la muerte. Puede ser perseguida, puede ser acallada, pero nunca será vencida.


Este es el tiempo de los valientes. De quienes no se rinden al consenso fácil ni a la comodidad del silencio. Defender la vida hoy es defender el futuro de México. Y aunque seamos señalados, tenemos claro que mañana, cuando la historia se escriba, quedará la verdad de que fuimos los que no se callaron, los que defendieron la libertad en su forma más pura, la vida misma.

 

 
 
 

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