Por Flavio Díaz Mirón 27/01/2023
Mis circunstancias me hacen ver muchas reuniones de ciudadanos interesados en la política, en cómo cambiar el país para bien, pero cómo cambiarlo desde afuera de la política, contradictoriamente. Hartos de la corrupción de Estado e ignorantes de la filosofía política, los ciudadanos que buscan cambiar la política, de manera no tradicional, se desencantan con la cosa pública al buscar candidatos honestos o candidatos ciudadanos. En este ensayo, un poco desestructurado, trato de poner en evidencia algunas ideas que son poco sonadas, sin embargo, después de una reflexión, tienen completo sentido, inclusive pronostican la acción política. Espero que el lector pueda ver más allá de la fuerza discursiva el sentido del discurso político y actuar en consecuencia.
Cíclicamente, los ciudadanos interesados en la política producen las mismas propuestas: se necesitan políticos nuevos y se necesitan personas honestas, o una combinación de ambas. Sin embargo, estas propuestas reflejan una serie de conclusiones que están equivocadas, que no contaron con el tiempo de preguntarse siquiera si sus premisas eran correctas o completamente inadecuadas. Para ahorrar tiempo, hago referencia únicamente a las propuestas omitiendo las premisas y conclusiones.
Preocupados por el nivel de corrupción, estos ciudadanos buscan candidatos incorruptibles, en otras palabras, buscan ciudadanos que no estén manchados de corrupción, que sean de limpia estirpe, casi de naturaleza pura, con la ilusión de que, una vez que estén fungiendo como funcionarios puedan resistir cualquier tentación a incurrir en la corrupción. Como si al no estar expuestos a una cosa los protegiera contra esa misma cosa. Empero, los ángeles no ganan elecciones, al contrario, se necesita de gente tramposa debido a que tenemos un sistema tramposo. Es políticamente incorrecto admitirlo, pero aquellos observadores desinteresados podrán afirmarlo, por igual, aquellos interesados en la literatura política no podrán omitir autores como Nicolás Maquiavelo ni Carl Schmitt y no entender que la política la define el poder de facto.
Por ejemplo, en las últimas elecciones sudcalifornianas se vio cómo, a pesar de haber más votos para un partido político, operadores políticos y narcotraficantes cambiaron los resultados a favor de otro partido político. En un sistema conformado por agentes impunes, solo se puede esperar impunidad, por ello, se debe actuar ad hoc.
El poder extraoficial impacta la actividad política, por tanto, se necesita de una alianza pragmática–pero necesaria si se quiere ganar–con operadores políticos, individuos que conocen la parte oscura, extraoficial de la política. No estoy invocando algo inusitado, sino estoy remarcando algo que se aprecia de vez en vez en la historia, la alianza práctica entre gente de buena reputación con gente de reputación dudosa. Prosigo con un ejemplo extraído de la obra de J. R. R. Tolkien, El Señor de los Anillos, el retorno del Rey: habiendo reunido un ejército considerable, Aragorn y los hombres de occidente sabían que todavía no contaban con posibilidades reales para ganar la guerra contra los cientos de miles de orcos del malvado Sauron. No obstante, Aragorn, uno de los personajes más valientes de la obra, heredero al trono de todos los hombres, tuvo que buscar una alianza con seres de la peor reputación, hombres que habían cometido la peor de las ofensas, la traición. Gracias a esta alianza altamente cuestionable, entre hombres libres y valientes con hombres atormentados y traidores, ganaron la guerra del anillo; los hombres traicioneros tenían lo necesario para ganar. Otro ejemplo de la vida real pasó durante la Segunda Guerra Mundial donde Winston Churchill y Franklin Roosevelt, ambos representantes del mundo libre y capitalista, se tuvieron que aliar con su antítesis, Iósif Stalin, para ganarle la guerra a Adolfo Hitler y las potencias del Eje.
En política, los fines justifican los medios, mayormente en sistemas con poco Estado de Derecho, como lo es el nuestro. Ahora, no por eso debemos descuidar nuestros valores, sino todo lo contrario, debemos reforzarlos. Especialmente, se deben reforzar los valores frente a individuos que presentan cuadros de psicopatía, y en la política, éstos son varios. Es poco discutido, pero no por eso significa que no exista. La psicopatía subyace en individuos que presentan una combinación y nivel suficiente de personalidades manipuladoras, neuróticas, narcisistas, paranoicas, maniáticas, violentas y anti éticas.
Las personas psicópatas tienden a cambiar de lugar una vez que han sido identificadas como tal o después de haber cometido actos sumamente antiéticos. Suele encontrarse en círculos poderosos, aunque no necesariamente, depende el grado y control de su cuadro de psicopatía. A título personal, no puedo imaginar un lugar tan ideal para el psicópata que el sistema político mexicano, en el cual los incentivos para delinquir sobrepasan ventajosamente sus riesgos, donde la manipulación y manejo de percepción es moneda corriente; esto aunado al factor tiempo, donde cada tres años se puede cambiar de cargo, partido o completamente de otra ciudad en nuestro vasto país.
Háyase entendido lo complejo que es la competencia electoral a nivel individual y social, más la perspicacia que se requiere para ganar, podemos comentar que, a pesar de considerarnos como agentes más o menos racionales, somos también seres narrativos. Son las historias, narraciones, mitologías, símbolos y arquetipos, lo que nos dan identidad, nos revelan nuestros destinos manifiestos y al mismo tiempo nos encausan para actuar. Las narrativas y arquetipos se entremezclan con la ideología política.
En conclusión, repetidamente se eligen a diferentes personas que no obstante llevan al país al mismo lugar. Debido a que el sistema político mexicano y los partidos hacen eco de las ideas y concepciones de la Revolución Mexicana (una lucha real e ideológica contra el liberalismo económico latifundista) hecha realidad en nuestra Carta Magna, podremos esperar los mismos resultados de políticos honestos o de honestos políticos. Es decir, no importa tanto el chef sino la receta. La ignorancia ideológica–o el desconocimiento de la filosofía política–no absuelve la acción política, sino revela su falta de compromiso con saber la verdad: que la historia si no se aprende se repite.
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